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No quiero una vida de uniformes...

Recuerdo desde que era niña en el colegio, no me gustaban los uniformes. Siempre estudié en un colegio donde se usaba falda, calcetas altas, blusa “formal-escolar”, zapatos negros y un suéter de tela fatal, que lo que menos hacía era calentar. Menos mal que el cambio climático no estaba como ahora, o seguro hubiera muerto de frío, aunque con lo que te voy a contar después, no creo…


Empecemos por la primaria, no era que no me gustara el uniforme, creo que no me importaba, pero todo comenzó a empeorar cuando mis calcetas altas, no se sostenían como las de mis compañeras… aunque comprara de las mismas, mis calcetas se me bajaban y paraba con ellas todas enrolladas hasta los tobillos, como que las estiraba mucho, o no sé… A eso hay que agregarle que como no soy muy alta, la falda paletoneada gris, me quedaba muy larga, las calcetas muy altas, al final, ni se me miraban las piernas; creo que estoy exagerando este hecho, no que sea chiquita, pero no era tan así que no se me miraban las piernas… Mientras tanto, miraba que mi hermana grande en secundaria, usaba sus calcetas de piecito, las que llegan solo a los tobillos (y no porque estuvieran enrolladas) y nadie le decía nada, mientras que a mí, tanto mis papás como el colegio, me obligaban a usar las resbalosas calcetas altas, con esas blusas de tela de bajísima calidad que me hacían sentir demasiado incómoda.


Después de esto, la cosa no mejoró. Cuando me cambié de colegio, el siguiente uniforme me pedía calcetas azules con zapatos negros! En aquellos momentos, eso me parecía una de las combinaciones más desastrosas, peor que las calcetas blancas, así que decidí utilizar unos zapatos corintos, que tenía en mi closet, en mi mente la perfecta combinación de la falda de cuadros azul con conrinto, la polo blanca y los zapatos que combinaban a la perfección, era mejor idea que los zapatos negros. Me llamaron la atención un par de veces, pero rara vez notaban la sutil diferencia en el color de zapatos. El problema llegó cuando comencé a utilizar otros sudaderos que no eran del colegio, eso hacía que mi uniforme no se viera tan mal… para ese momento, ya había descubierto que podía enrollarme un poco la falda para que se viera más corta y no tan faldona. Así que ya no me afectaba tanto usar el uniforme, no es que lo quisiera usar, pero al menos podía darle “mi toque”. Me llamaron la atención constantemente, pero igual encontraba la manera. Ahora que soy maestra, me imagino lo desgastante que era estar lidiando con una estudiante tan reincidente en lo mismo. Finalmente, en mi último año, el uniforme de graduanda, a pesar que me gustaba, siempre le agregaba una bufanda o accesorio que lo hiciera “más yo”. Así terminé el colegio, feliz que ya no tenía que volver a usar un uniforme, ni una polo, ni blusa escolar, mucho menos una falda de paletones y calcetas.




La universidad ha sido de mis mejores etapas, disfruté vestir como quería, jugar con todas las combinaciones que me imaginaba, algunas acertadas, otras no tanto, pero sea como sea, me sentí yo. Y es que eso me pasa con los uniformes, me siento lo menos yo posible, siento que soy alguien más, siento que me están imponiendo algo que limita mi ser. Es curioso cómo la ropa nos define, tanto su selección como la falta de. Pareciera ser un tema aislado o sin importancia, pero en realidad la ropa define muchísimo nuestra identidad, nuestra cultura y hasta nuestro sentido de pertenencia. Quizá mi issue con los uniformes va por ahí, nunca he sentido que pertenezco a algo o a alguien, obviamente, menos a una institución; creo que por sentir que siempre me pertenezco a mí misma, es que rechazo los uniformes… La ropa presenta muchos indicadores, lamentablemente algunas veces pueden ser símbolo de status y llevar a discriminación; puede simplemente cubrir una necesidad humana de lo más básica; o puede cumplir una función en específico como en el caso de la ropa para hacer algún deporte en particular. Es innegable que la ropa, o mejor dicho la moda se relaciona y tiene un impacto directo con la cultura, la economía, la política y la identidad social, y es ahí donde yo tengo un par de issues. ¿Por qué fregados existen los uniformes?


No pretendo hacer de mi opinión o experiencia una cátedra de la sociología de la moda, pero como buena socióloga a todo le quiero encontrar una explicación más allá de los matices superficiales de la misma. Es por eso que, siendo la ropa una forma de expresión y de ser yo misma y de resaltar mi mantra de vida de que yo solo pertenezco a mí misma, que me disgusta tanto sentir mi cuerpo atrapado por un uniforme.


Hace un tiempo se publicó en Netflix un documental inspirado en los libros Worn Stories de Emily Spivack y Worn: A People's History of Clothing de Sofi Thanhauser, y recuerdo un episodio donde hablan del uniforme, y me impresionó tanto porque la reacción de la mayoría de las personas al uniforme era muy positiva, y que gracias a eso habían desarrollado más un sentido de pertenencia e identidad. Pero eso es normalmente lo que uno piensa, que el uniforme puede llegar a despertar eso hacia una empresa o institución; pero en este caso no se trataba solo de eso, sino que también se trataba del sentido que le daban a sus vidas por medio del uniforme que podían usar cada día. Para mí fue como muy impresionante porque es algo que yo jamás he sentido y que creo que jamás voy a sentir. Como ya dije, me siento tan mi propia persona, que ni el uniforme más bonito, con la tela de mayor calidad, harán que yo me sienta parte de algo más grande.


En mi vida adulta, ya trabajando y todo, me he visto en la obligación de volver a usar uniforme en más de alguna ocasión. Sigue sin encantarme, pero siento que sé un poco más qué le va a mi cuerpo, entonces logro hacer el uniforme no sea tan desagradable, además que no tengo como muchas opciones en este sentido. Incluso cuando me contrataron en el último lugar, el uniforme es parte del contrato… y aunque ahora tengo “casual Fridays”, igual en el día a día tengo la obligación de ponerme la polo blanca, un jeans y unos tennis, un sudadero azul que me queda gigante, y no en un estilo oversized moderno, solo es grande, y aunque de cierta forma estoy en paz con esto por ahora, me di cuenta de algo: no quiero una vida con uniformes.




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Soy Ani Sáenz y disfruto mucho de las palabras, las ideas, la creatividad en todo sentido. Por lo mismo, me gusta mucho leer, escribir, dialogar, intercambiar ideas, pensamientos y mucho más.

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